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Re-flexiones

Ha pasado tanto tiempo y la mayoría de las palabras que salen de mis dedos se circunscriben a correos, chats, tweets, y actualizaciones de status. Casi que a un sinfín de frases mal escritas que se repiten una otra vez, como disco rayado. También hay otras cosas, palabras agrupadas alrededor de temas que le interesan a muy pocos, cosas técnicas en áreas reprochables. Casi nada en reflexiones, historias o cosas de esas que escribía ávidamente en otro tiempo. No pretendo decir aquí que el mundo es un lugar peor porque le niego mi lucidez literaria ni mucho menos, me refiero a que en este momento de reflexión, inducido por la lectura de una entrevista que le hicieron a  H.A. Faciolince, creo encontrar una relación al porqué no he vuelto a hacer este ejercicio (el literario, las razones para no hacer ejercicio físico son otras y reflexionaremos sobre ellas en otro momento).

En un aparte de la entrevista, cuando le preguntaban a Faciolince sobre el porqué del sabor triste de sus letras, contestó lo siguiente: “uno no escribe poemas casi nunca cuando está feliz, sino cuando está en una situación psicológica extraña, medio melancólica, exaltada o triste. Pero cuando uno está muy, muy feliz, no tiene mucho sentido escribir poemas: se distrae de la felicidad”. Esta vocación abismal de sus poemas creo que la tienen mis párrafos (lo que sean, me da pena decir que son algún estilo literario), como que me toca estar en el borde de algún abismo mental, tambaleándome con las puntas de los pies por fuera, completamente incómodo y con un gremlin alborotándose salvajemente dentro de la caja toráxica, para que por fin los dedos se muevan en el sentido lírico deseado.

Ya establecido este punto, creo que dicha condición tiene un carácter disyuntivo que me genera emociones encontradas. Me entristece, porque no puedo escribir nada remotamente legible sin que dicha condición esté presente, (razón por la cual escribo ahora), y  me anima porque se puede interpretar como que llevo un buen rato siendo feliz (razón por la cual dejaré de escribir ya).

Its time to burn the cowboy

Gota a gota

Lima y Alicia están sentados frente a frente. Lima inclinado hacia adelante con los codos apoyados en las piernas y su mano izquierda sosteniendo débilmente su derecha. Alicia apoyada hacia atrás de la silla, sus brazos cruzados bajo sus senos protegiendo su abdomen, como quien se abraza para protegerse del frío. Llevan siglos allí, sus cuerpos apenas se mueven con el reflejo inconsciente de su respiración, parecen mirarse pero sus cuerpos translúcidos lo impiden, se miran pero no se ven ahí, en ese momento, ven otra realidad, otro tiempo, miran como buscando algo, probablemente algo que les permita escapar, escaparse de él, de ella, escaparse juntos.

Los ojos de Alicia ceden y buscan los de Lima. Estos responden la encuesta con la mirada transparente, con ojos de ciego que reacciona a un sonido. Alicia aprieta los párpados y un hilo de lágrimas empieza a brotar, cada vez más profusamente. Lima observa la escena y piensa en un recipiente que gota a gota vacía su contenido. Alicia se reclina hacia adelante, el primer movimiento considerable en esa eternidad.

Sus lágrimas caen ahora directamente al suelo, el cuerpo de Alicia convulsiona lentamente y con cada convulsión su respiración se agita y sus pulmones se ahogan en un ataque de llanto. Lima solo atina a observar las gotas, una, dos, cien, las analiza detalladamente, su forma, el contraste con la luz, la velocidad a la que caen, el efecto que producen el golpear el suelo, el charco amorfo que se expande por las baldosas.

Lima piensa en hacer algo, estirar su brazo y alcanzae sus párpados, sentir el vapor de sus mejillas, despejar su culpa acuosa. Sabe que puede acercarse, piensa en hacerlo pero su cuerpo pesa con el temor a otra saudade, no se mueve. Pasa otro siglo, cien, doscientas, quinientas. El charco se expande y llega hasta la punta de su zapato. El llanto cesa. Su cuerpo se incorpora y sus ojos hinchados buscan de nuevo los de él. Lima la mira, la busca en su mirada y no la ve. Un quién eres sin respuesta, unas pupilas translúcidas, un cuerpo vació. Un mal sueño piensa, mientras Alicia se filtra por el sifón.

Eva

Es denso el rencor a mi alrededor. Parece como si hoy el mundo hubiera decidido acribillarse incansablemente sobre el pavimento. Las miradas insipientes de los transeúntes buscaban mi carne, otrora mi sombra. Les huía pero el sólo pensar en la escapatoria me hacía mirarlos de nuevo como lo hace un caído a su detractor. En esa tensa espera de una tregua seguí mi rumbo, paso a paso, como si ya conociese el camino. Alguna vez había andado ya por esa orilla de cemento, pero mi pesquisa era otra. Yo era otro.

Ahora muchas cosas son diferentes. Mi mirada se ha recogido un poco más y por ello mi cabeza anda gacha. Mi alma conoce más saudades y por ello es más duro y más lento mi andar. La carga del cuerpo es distinta, antes mi alma era liviana pero ya las cicatrices duelen por dentro y aunque olvidadas es imposible no sentirlas. Si es que acaso se recuerda con los sentidos, mi dolor sabe a carne.

Pasé cerca del árbol que antes logró fascinarme, su recodo ya no era mágico y cómo podría serlo si su sombra no recogía el ligero cuerpo de Eva. Silbé la canción que recordaba su aliento y su compañía; música que fue alegría ahora era trashumancia. Seguí caminando junto a la cerca de pinos regordetes que olían a invierno inglés, de cuyos troncos nacían algunos gritos de niños que jugaban a sus espaldas. Antes, esa calle era esperanza, su final me entregaba a la puerta y la puerta a los brazos de Eva. Ahora esa calle estaba allí para hacer más extenso el camino y para recordarme el exilio de su cuerpo, no el de Eva sino el de Ella.

Un poco de viento me hizo recordar que muchas veces, en su cama, alcancé a levantar los brazos para tocar el aire caliente que abandonaba nuestros cuerpos. La sentía mía, tan mía que decidí abandonar en su sangre mi corazón de piedra. A Eva, en cambio, le otorgué mis entrañas hechas arena y semilla. Un poco más de viento cambio de nuevo mi rumbo y me dejó sentir su aire escaso, recordé que en torbellinos de espanto suspiré de su interior, me apoderé de su aroma y sucumbí a su sexo.

Ahora me dirijo a otro lugar, mi andar es lento y mi cabeza está vencida. Mi recuerdo me dice que el camino no acaba allí aunque con Eva haya muerto alguna vez. El camino no se agota en esa calle, sólo es nuevo escenario de mi desdicha. Mi camino es hacia otro dolor, el recuerdo de Eva fue tan sólo una diminuta instancia sin importancia. Mi cabeza encorvada se la debo a Eva, la lentitud de mi cuerpo tiene otro nombre. Mi pesar fue Eva, ahora es Ella, después Cualquiera será su nombre.

Autor invitado: Demícruto

Búsquedas

Si buenas noches,

No,  aquí él ya no vive.

Mmmm, pues hace poco.

No señorita, la verdad no sé bien,

¿Usted es pariente de él?

¡Ahhh usted es Alicia!

El sí que hablaba de usted, pues de que cómo le gustaba cantar, de los viajes que hacían juntos, de las fotografías, hablaba de sus ojos y de cómo a veces la confundía en la calle…

Óigame y ¿porqué viene a buscarlo hasta ahora?

¡Pero se dio cuenta muy tarde niña!, pues yo si le decía mijo, lo que no es de uno no es de uno, que hace aquí como un bobo, váyase que aquí pierde el tiempo. Y él, apenas sonreía y me preguntaba por las margaritas. Es que aquí en el jardín tenía hace tiempo unas margaritas preciosas, pero el jodido perro del vecino me las acabó. Pues no lo vi pero yo se que fue él porque todo el tiempo andaba con ganas de metérseme al jardín, pero era muy chiquito y no alcanzaba a saltar el zaguán; después creció y aprendió a brincar y cuando me di cuenta ya no había margaritas.

¿Cómo?, a ver pues él llegó un día muy triste, no me dijo nada pero yo sabía porque se le ponen los ojos grandes cuando está triste, cuando está bien, uno difícilmente se los distingue. Entonces yo le llevé unas revistas que me había prestado, pero en verdad era para ver que le había pasado, y cuando entré, estaba haciendo maleta y me dijo que me iba a hacer caso, que ya no la iba a buscar más, que ya no tenía fuerzas para eso. Algo me dijo de que le había  parecido verla montada en un barco saliendo del puerto, si, en la parte de adelante del barco ¿cómo se llama? ¡Esa!. Y me dijo que le entró un estremecimiento y salió corriendo por el muelle a ver si la alcanzaba pero no alcanzó, entonces me contó que se lanzó para irse nadando detrás pero que apenas cayó al agua le tocó salirse que porque estaba muy fría, aunque aquí entre nos es que ese bobo es muy flojo para el frío. Si a veces cuando se dañaba el calentador se iba al trabajo sin bañar, ¡imagínese!

¡Hay no niña! ¿Y ahora por qué llora?, venga entre, siéntese y me recibe un vaso de agua, después los vecinos dirán que quien sabe yo que le hice.

¿Otro vasito?, bueno, pues eso le cuento, entonces cuando se devolvió del puerto todo empapado fue que se puso a hacer la maleta. Esa noche no durmió nada, yo sé porque como tengo problemas con la vejiga me toca pararme mucho al baño, me levanté unas cuatro veces, y en todas me asomé a la ventana y allá lo veía escribiendo en el computador.

Al otro día salió maleta en mano y me gritó ¡doña Ignacia!, yo me hice la que no era conmigo porque a mí no me gustan las despedidas, pero él igual entró a buscarme. Yo estaba barriendo la cocina y cuando lo vi, tenía una cara terrible, se le notaba lo mal que lo había dejado lo del barco. A mi entonces me dio rabia y me dieron ganas de regañarlo, pero ya no lo quería molestar más porque quien sabe cuando vuelva por acá, entonces le dije, ya mijo, tiempo al tiempo, las cosas aparecen cuando uno deja de buscarlas. Anoche lo vi allá pegado a ese computador, me imagino que escribiéndole a ella.

¿Y sabe qué me contestó?, ahí si me hizo llorar el bobo ese. Me dijo tranquila doña Ignacia que al principio si pensé en escribirle  a ella pero me pasó una cosa muy chistosa. Terminé escribiendo una historia sobre usted. Me besó, me dio las gracias por todo, y se fué.

Niña, y cuenteme una cosa, ¿Usted ahora qué va a hacer?

Extraterrestres

Una tipa de Saturno me visitó en mis sueños, se que era de Saturno por los anillos que llevaba tatuados, seña típica de los saturninos. Me susurró su nombre pero ahora no logro acordarme, era un nombre extraño, una palabra que nunca había escuchado. Ya recuerdo poco de lo que ocurrió en el sueño, apenas imágenes borrosas que se me escapan, me acuerdo más de lo que sentí. Al principio me dolió la panza, pero al rato se me pasó. Me acuerdo que alargó su brazo y me tocó, deslizó su mano (una mano áspera), en una especie de caricia como de curiosidad, lo hizo varias veces mirando detenidamente lo que hacía, luego se volvió a mirarme y su rostro cambió a lo que supongo fue una especie de sonrisa. Yo la quise tocar, pero solo alcancé a rozar mi dedo índice sobre su cuello antes de despertarme de un sobresalto. Espero que me vuelva a visitar porque quiero preguntarle de nuevo su nombre.

Bl-trax

Epifanía

Siempre se ha preguntado de donde sale la gente que ve en los aeropuertos, gente extraña, de mal humor, gente disfrazada, siempre de prisa, gente que nunca ve en la calle. Le gusta observarlos, sentarse a ver como se rebuscan en los bolsillos por el tiquete de abordaje mientras hacen malabares para no soltar sus maletas ni sus bolsas llenas de regalos.

Esta vez no sería distinto; mientras se comía unas media lunas, observaba a una pareja de ancianos preguntar por la hora exacta para abordar, a la vieja gótica sentada sola en una esquina, al grupo de chicos empujándose y bromeando, seguramente emocionados por lo que les depararía su aventura lejos de casa. Los miraba a todos con cierta curiosidad, los observaba con detenimiento, como un pasatiempo inofensivo, trataba de imaginar sus historias. La señora de gorra, sandalias y uñas rosadas seguramente regresaba a su ciudad natal después de muchos años, los ancianos viajaban a visitar de sorpresa a su hija que estudia en la universidad, la gótica podría haberse volado de casa. Por la tercera medialuna buscó con su mirada en el pasillo más personajes para continuar con su estúpido pasatiempo y lo que encontró fue exactamente lo que hace de esta historia digna de contarse.

http://www.flickr.com/photos/mateofiero/3152584982/

By mateofiero

Apenas la cubría un corto vestido gris que caía libremente sobre su cuerpo recorriendo de manera sutil unas curvas que poco tenían de sutiles. Su pelo muy negro iba recogido en un moño atrás de su cabeza de tal manera que ponía en evidencia un cuello largo no apto para los débiles de corazón. Sus piernas de un dorado perfecto estaban descubiertas hasta donde empezaban las botas de cuero arrugado color café y sus ojos grandes, de una oscuridad infinita, hacían juego con sus labios rosados y pequeños. Rápidamente calculó que las firmes nalgas de esa pesadilla estarían a casi una yarda del piso.

Se sentó a unas dos filas de donde él se encontraba con la camisa y el pantalón lleno de migas de media luna. Parqueó su maleta de rodachines cerca a la silla y mientras trataba inútilmente de sentarse sin que se revelara el misterio de lo que llevaba abajo del vestido que claramente nunca estuvo diseñado para eventualidades como esa, él se apresuró a ver en la pantalla cuantos vuelos aparte del suyo saldrían por esa puerta. Cuatro, veinte por ciento de probabilidad de compartir destinos, veinte por ciento hasta darse cuenta que el vuelo hacia Lima saldría 5 horas más tarde. ¡Já! Acababa de aumentar en un cinco por ciento la probabilidad de… de… ¿de qué? ¿Qué iba a hacer si ese delicioso coctel de feromonas se subía a su avión?, era una pregunta difícil para alguien poco y me atrevería a decir que nada hábil en lidiar con en este tipo de situaciones.

Luego de darle algunas breves vueltas al asunto, llegó a una simple conclusión. Solo fuerzas más allá de su comprensión serían capaces de elaborar tal situación así como su desenlace, y su misión era entonces actuar a la altura de las circunstancias. Un Perseo post-moderno, esperando enfrentar la siguiente prueba del infiel Zeus o la despiadada Hera para poder posarse en el lugar en el que solo un héroe temerario podría posarse, entre las piernas de Andrómeda.

Ella extrañamente parecía ignorar todo esto, estaba tan ocupada revisando sus papeles que no lograba entender la magnitud de los eventos de los cuales era protagonista. Él buscaba pistas acerca de su vuelo y minutos antes de la primera llamada encontró lo que buscaba, en la mano izquierda de Andrómeda reposaba el rectángulo vino-tinto de letricas doradas que caracteriza al típico pasaporte Colombiano. Entonces lo sobrevino una epifanía y pudo ver claramente como se desarrollarían las cosas, supo exactamente lo que pasaría de ahí en adelante y lo que debía hacer, le fue otorgado el don de la clarividencia, ¡gracias oh gran Zeus!

Andrómeda se levantaría, tomaría su maleta, la rodaría un par de metros en busca de la fila para abordar, él se levantaría segundos después, se acercaría lo suficiente para poderla ayudar en el momento en que una de sus ruedas se desprendiera y rodara en dirección opuesta al counter. Él siendo el héroe que debía personificar, cargaría la maleta, ella le sonreiría y se lo agradecería, le diría lo emocionada que está de regresar a Bogotá, él le preguntaría hace cuanto no visitaba la ciudad, ella le diría que hace 2 años y le devolvería la pregunta, él le diría que solo viajó por trabajo un par de días pero que ya estaba de regreso, ella le preguntaría sobre su trabajo, él le diría que no fue un buen viaje, ella vacilaría un instante en decirle que no sacara conclusiones apresuradas, ambos dejarían asomar una pequeña sonrisa. La señorita del caunter les pediría sus pasaportes, él buscaría el suyo que en ese mismo instante una señora gorda encontraría bajo la cómoda de la habitación 326 del hotel Provincial en el corazón de San Telmo, a noventa kilómetros del aeropuerto. La hermosa Andrómeda con su vestido gris le preguntaría -qué pasa-, y él solo acertaría a balbucear, -odio a los dioses-.

Para alcanzar una galletica

Agúzate! Agúzate!

No le tenga miedo a los efectos, al resultado aleatorio de mariposas en diversas latitudes. Solo las causas son camino. Solo el causador es caminante y le da sentido al caminar.

[compOsizioni]

Hablé con Alicia hoy a mediodía y me contó. Mi celular… no sé que putas le pasa pero no he podido llamarlo. Igual, en las letras me siento seguro -solo con refugios, con los demás es imposible no sentir el ojo inquisidor que transgrede mi débil coartada- y siento que mi aliento fraterno lo alcanza. Se me antoja pensar que no ha cambiado nada. Lo que sucedió era una opción y aún no sabemos en qué terminará. Acaba de coger con las manos un puñado de arena que se esfumó, la próxima vez encontrará una pala y la siguiente un balde. En cualquier caso, si considera que mi mano -aunque también la dejará fluir- es necesaria, tan solo señáleme por dónde comenzar.

No es el fin… solo un comienzo más. Ojalá NUNCA se le acaben los comienzos! Le deseo, como siempre se lo he dicho, muchas caídas que le recuerden lo gratificante que es levantarse con la frente cruenta de esfuerzo y de piel agitada!!!

Agúzate!

La mano hermana y el refugio perenne

Autor invitado: Daniel Ospina

Costumbres de ciertas famas No 3

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