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Hasta mañana tengo plazo de vida

En la tarde de hoy empecé a tener una sensación inusual pero familiar; algo así como una opresión en el pecho muy similar a la que se siente cuando se está ansioso aunque agregándole a la vez lo que se siente cuando se está triste. Pensé que el motivo de todo esto podía provenir de la falta de sueño o del exceso de café, ya que no me podía imaginar otro motivo para estar en ese estado.

Finalmente cuando llegué a mi casa y viendo que mi familia se había apoderado de mi lugar usual en la mesa del comedor debido a un emocionante juego de cartas, decidí pasar esos minutos de descanso en la sala. A mis pies se encontraba el periódico que anunciaba las noticias del día y que tenía como titular los múltiples oros obtenidos en los juegos olímpicos por el nadador norteamericano. Tome el periódico y empecé a ojearlo, cuando en un recuadro en la esquina izquierda de la página 2 encontré la razón a mi incómoda situación.

Todo se trataba de mi cuerpo tratando de recordarme  un lugar tristemente familiar  perdido en los recuerdos del pasado. El recuadro ponía lo siguiente “Jaime Garzón, nueve años después”. En seguida vino a mi mente el recuerdo de ese viernes en el que lo asesinaron, el sabor salado de mis lágrimas, el vago recuerdo de las manos que sostuvieron durante largo tiempo mi cabeza, y lo que escribí esa noche con un corazón inocente lleno de rabia y que leí ante mis compañeros del colegio un lunes durante la formación en las mañanas que acostumbraban los curas:

“Libertad… suena bonito, suena tan bonito que uno llega hasta a creérselo, eso de que somos libres para decir lo que queramos y de pensar como queramos, pero cuando vemos la realidad, nos damos cuenta de que esto es solo un sueño, porque si lo hacemos nos matan.

Sí, nos matan, como hicieron con uno de los mejores Colombianos, uno que si luchaba por su país, que si lo respetaba, que si lo quería. Ese era Jaime Garzón, el que no tenía pelos en la lengua para decir lo que pensaba a quien fuera, el que con su humor trataba de demostrarnos que nuestra nación estaba herida, el que nos inyectaba ganas de hacer algo por ella, el que peleaba, gritaba y pataleba por su casa, por su país, por su Colombia… el que mataron.

Yo, con mis 17 años era uno de los que creía en eso de la libertad, que podía dar mi propia opinión acerca de las cosas y que la gente lo respetaría, que podía hacer algo bueno por el país que llevo en el alma y que muchos han olvidado, que podía jugar de local sin miedo al otro equipo, porque tenía atrás una hinchada de colombianos apoyándome todo el tiempo, pero como en un partido difícil, la gente se tapa los ojos para no ver lo que pasa, o peor, se van del estadio por miedo a perder el partido, sin embargo yo sigo aquí ante todos ustedes,  sigo jugando, porque por una extraña razón sigo creyendo esa patraña de que somos libres, y de que somos colombianos, y si por esta razón nos matan, entonces espero que nos maten a todos”.

Pienso ahora en estas palabras, en lo que quería decir detrás del dolor, y creo que mi mensaje era tan valido hace nueve años en ese patio como lo es hoy en este blog. Así que me tomaré el atrevimiento de pararme, ahora al frente de ustedes, y gritar estas palabras que han estado en el aire durante tanto tiempo.

Miren lo que nos quitaron, mire como nos lo quitaron, ¡miren!… no cierren los ojos.

One Response

  1. Siempre quedarán las mismas preguntas ¿qué hacer?¿por dónde comenzar? ¿qué poder infrahumano nos detiene de hacer algo válido, algo que cambie las cosas?. Hace nueve años, hace más de cinco siglos y las cosas siguen igual. La memoria es demasiado frágil y la indiferencia impenetrable. Siento un dolor extraño, tal vez similar al que usted siente, pero lo que más duele es que mañana se aplacará, tanto como el de usted.
    ¿Ha leído al Abad Raynal?: “Pueblos débiles, pueblos estúpidos, puesto que la continua opresión no os da ninguna energía, puesto que os mantenéis en gemidos inútiles cuando podríais rugir, puesto que sois millones y soportáis que una docena de niños armados con un bastoncillo os dirijan a su gusto, Obedeced! Y no importunéis más con vuestras quejas. Aprended por lo menos a ser desgraciados, ya que no sabéis ser libres”

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